jueves, 18 de junio de 2009

La Pastoral Indígena Católica y la Biblia

Convocado por el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), el Encuentro Latinoamericano de Pastoral Indígena se realizó en Lima, del 9 al 12 de febrero pasado, y tuvo como tema principal la Palabra de Dios anunciada a las comunidades indígenas. Los participantes llegaron a las siguientes conclusiones y compromisos:
1. Anunciar y testimoniar explícitamente la persona de Jesucristo por medio de la Sagrada Escritura, como modo privilegiado del encuentro con el Señor.
2. Fortalecer la encarnación de la fe cristiana en la vida de los pueblos que tienen una larga tradición histórica de fe y espiritualidad. La fe se encarna en comunidades vivas que tienen su propia cultura.
3. Enfatizar la importancia del aprendizaje de los idiomas propios de los pueblos originarios.
4. Promover la traducción católica de la Biblia a los diversos idiomas de los pueblos originarios, como un derecho de ellos a experimentar el amor del Padre que nos manifiesta su Palabra en el propio idioma.
5. Reconocer que el proceso de la inculturación del Evangelio es una experiencia comunitaria. Son los mismos pueblos los que tienen que hacer el discernimiento a la luz de la Palabra de Dios. Son ellos los principales agentes de la inculturación.
6. Asumir, en sintonía con el documento de Aparecida, la exigencia de una conversión pastoral, tanto personal como institucional. Esto implica «descolonizar las mentes...» (DA 96); compartir sus luchas por una vida digna; vivir en cercanía de corazón con los pueblos, sentirse bien con ellos; vencer los temores; valorar las culturas; adaptarse a su ritmo de vida, comidas, fiestas, música.
7. Descubrir los carismas en orden a los ministerios y hacer un reconocimiento explícito de los que ya existen en las comunidades originarias.
8. Brindar plena confianza a los indígenas agentes de pastoral: sacerdotes, religiosas, animadores de las comunidades y catequistas, para que se sientan apoyados y tengan el lugar que les corresponde como protagonistas del proceso de inculturación del Evangelio.
9. Urgir un acompañamiento más cercano con la Palabra a las comunidades y a sus agentes propios. Que la Biblia esté más presente en reuniones, encuentros, celebraciones y momentos significativos de la vida.
10. Solicitar a la Sección de Pueblos Originarios del CELAM la organización de talleres para traductores de la Biblia y de la Liturgia a los idiomas indígenas, con los criterios bíblicos, litúrgicos, antropológicos, canónicos y pastorales que se deben tomar en cuenta.
Fuente: Misión sin Fronteras.

Evangelización en el contexto del pluralismo religioso: anuncio y testimonio

Por Cardenal Iván Dias 
Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos
Pontificia Universidad Gregoriana Roma, Marzo 2007 
La evangelización en un contexto de pluralismo religioso no es una novedad para la Iglesia. Desde sus inicios, de hecho, la Iglesia ha debido afrontar este desafío de predicar la Buena Noticia de Jesucristo en medio a una variedad de tradiciones religiosas, comenzando por la religión hebrea en la cual el cristianismo nació y después con las religiones existentes en las naciones donde los cristianos iban, en el mundo greco-romano y los demás. Sin embargo, la evangelización pone un desafío particular en los tiempos modernos, dado que vivimos en una época en la cual personas de diversas religiones se encuentran e interactúan más que en cualquier otro período de la historia humana. Hoy las principales religiones no cristianas en el mundo son el hinduismo, el budismo, el jainismo, el sintoísmo, el taoísmo, el hebraísmo, el islam, el zoroastrismo y el sikhismo. Están además las religiones tradicionales en Asia y África, además de en las Américas y en Oceanía. Cada una de estas contiene valores verdaderamente apreciables[1], sin embargo a veces también elementos o prácticas que no están en consonancia con el ethos cristiano como por ejemplo el sistema de las castas, la ley de la venganza, condición social de la mujer, el tratamiento de las viudas, los prejuicios contra los nacimientos de niñas, etc. El Concilio vaticano II examinó las relaciones entre la Iglesia religiones no cristianas y declaró: “La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es ‘el Camino, la Verdad y la Vida’ (Jn 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas”[2]
Esta afirmación conciliar pone en evidencia dos aspectos importantes del tema que estamos tratando: primero, un sincero respeto por las otras religiones que “no raramente reflejan un rayo de la verdad que ilumina a todos los hombres”; segundo, el anuncio de la plenitud de vida religiosa en Cristo que es camino, verdad y vida. Por eso, frente a una tan vasta gama de tradiciones religiosas en el mundo, los cristianos deben buscar descubrir en ellas la acción del Espíritu Santo, es decir, las semillas de la verdad, como lo ha querido llamar el Concilio vaticano II[3], y de conducirlas, sin ningún complejo de superioridad, al pleno conocimiento de la verdad en Jesucristo. Por su parte, también los cristianos pueden ver afirmados algunos valores de su fe que las religiones no cristianas han conservado y que a veces los cristianos han dejado de lado u olvidado como, por ejemplo, el ayuno riguroso, la meditación diaria, la oración frecuente en la jornada, el desapego radical de las cosas del mundo, el ascetismo, penitencias corporales, etc. Como respuesta a tal desafío, algunos teólogos se han visto tentados de negar la necesidad de proclamar la unicidad de Jesucristo y la universalidad de su salvación y de reservar tales verdades únicamente a los cristianos, porque -dicen- los no cristianos podrán salvarse con los propios medios. Con el pretexto de no obstaculizar el diálogo interreligioso, algunos incluso ponen a Jesús, que es verdadero Dios y verdadero hombre, sobre el mismo plano que los fundadores, a veces mitológicos, de otras religiones. Tal actitud contradice el mandato de Nuestro Señor de predicar el Evangelio y hacer discípulos en todo el mundo; niega además la enseñanza de San Pedro que “no existe el bajo el cielo otro nombre dado los hombres por medio del cual puedan salvarse”[4], además de la proclamación de san Pablo que “al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre”[5]. Por lo cual, aun cuando las diversas religiones no cristianas posean las semillas del Verbo plantadas en ellas por el Espíritu Santo y las personas que las siguen puedan salvarse, esto no significa que la proclamación de la Buena Noticia de Jesucristo es irrelevante. Es nuestra tarea hacer madurar las semillas del Verbo para que encuentren su plenitud en Cristo. Jesús mismo ha dicho claramente que Él no ha venido para abolir la ley y los profetas, sino para darle cumplimiento[6]. En esta óptica, en los Hechos de los Apóstoles encontramos a san Pablo que busca instruir a los ciudadanos de Atenas acerca del “Dios desconocido” que ellos veneraban sin conocer[7]. También en el episodio de Pedro y el centurión Cornelio Pedro fue amonestado para no llamar impuro lo que Dios había purificado, así que cuando vio que el Espíritu Santo condujo al bautismo a Cornelio y los miembros de su casa, todos paganos, Pedro exclamó: “en verdad reconozco que Dios no hace acepción de personas, sino que cualquiera que lo teme y observa la justicia, sea de la nación que sea, le es agradable”[8]
Evangelización y diálogo interreligioso 
El Espíritu Santo es el protagonista principal de la obra de la evangelización. Él la ha comenzado de dos maneras en el momento mismo en que Jesús nació en Belén: el modo directo, mandando a los coros de los Ángeles para anunciar la venida de un Salvador a los pastores que vigilaban sus rebaños aquella noche; y en modo indirecto, haciendo aparecer una estrella en el oriente que condujo a los Magos, también a través dificultades y tribulaciones, al lugar donde se encontraba Jesús y allí lo adoraron[9]. El diálogo interreligioso forma parte de este modo indirecto de evangelización: con él los cristianos presentan la propia identidad y prestan atención a las convicciones religiosas de sus interlocutores no cristianos. Se trata de exponer o proponer la propia fe, sin querer imponerla a ninguno. Como el Papa Juan Pablo II dijo durante el encuentro con los representantes de religiones no cristianas en Nueva Delhi en 1999: “el diálogo (interreligioso) nunca no es nunca un modo de imponer nuestros puntos de vista a los además... ni supone que nosotros debemos abandonar nuestros convicciones. Significa en cambio que, estando firmemente en lo que creemos, escuchamos con respeto a los demás, buscando discernir todo aquello que es bueno y santo, todo lo que favorece la paz y la cooperación”[10]. Es un eco de lo que san Pablo dijo a los filipenses: “hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta”[11]
Doctrina de magisterio eclesiástico 
La instrucción Diálogo y anuncio, publicada conjuntamente por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso en 1991, explica que “la razón fundamental del empeño de la Iglesia en el diálogo interreligioso no es meramente de naturaleza antropológica, sino principalmente teológica”[12]. Algunas de las motivaciones teológicas son éstas[13]: - La Iglesia tiene el deber de mostrar y de sacar a la luz, en su plenitud, todas las riquezas que el Padre ha escondido en la creación y en la historia. “Con su obra consigue que todo lo bueno que haya depositado en la mente y en el corazón de estos hombres, en los ritos y en las culturas de estos pueblos, no solamente no desaparezca, sino que cobre vigor y se eleve y se perfeccione para la gloria de Dios y felicidad del hombre”[14]. - La Iglesia, luz de las naciones y Sacramento de salvación para todos los pueblos, debe hacer cada esfuerzo posible para relacionarse con cada persona humana. No puede excluir voluntariamente a ninguno, porque “el hombre -todo hombre sin excepción alguna- ha sido redimido por Cristo; porque Con el hombre -cada hombre sin excepción alguna- se ha unido Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello: Cristo, muerto y resucitado por todos, da siempre al hombre - a todo hombre y a todos los hombres -... su luz y su fuerza para que pueda responder a su máxima vocación”[15]. - El Espíritu Santo trabaja más allá de los confines visibles de la Iglesia[16]. El Espíritu Santo anticipa y precede el camino de la Iglesia, aun cuando ella se sienta empujada a discernir los signos de su presencia, para poderlo seguir donde sea y servirlo con espíritu de humilde colaboración. “Sobretodo hay que tener presente que cada búsqueda del espíritu humano en dirección hacia la verdad y el bien, es, en último análisis, de Dios, y suscitada por el Espíritu Santo. Justo de esta apertura primordial del hombre en relación con Dios nacen las religiones. No raramente, en su origen encontramos fundadores que han realizado, con ayuda del Espíritu de Dios, una experiencia religiosa más profunda. Trasmitida a los demás, tales experiencias han tomado forma en las doctrinas, en los ritos y en los preceptos de las diversas religiones”[17]. - La Iglesia está llamada a hacer camino a través del recorrido que conduce al Reino de Dios y, junto con toda la humanidad, avanzar hacia la meta. La Iglesia está dotada de los instrumentos para llevar a término su encargo, en modo tal que todas las cosas puedan progresar hasta el pleno cumplimiento en Cristo. - La Iglesia reconoce humildemente la existencia en las otras regiones religiosas de “elementos que son verdaderos y buenos”, “cosas preciosas, religiosas y humanas”, “semillas de contemplación”, “elementos de verdad y gracia”, “semillas del Verbo”, “luz de la verdad que ilumina la humanidad entera”. Estos valores merecen la atención y la estima de los cristianos, ya que en su patrimonio espiritual no está incluida la invitación a dialogar sinceramente sólo sobre los elementos que unen, sino también sobre las diferencias. 
Modalidades del diálogo interreligioso 
Existen diversas formas de diálogo interreligioso[18]: - Existe el diálogo de la vida, en el cual las personas se esfuerzan por vivir el espíritu de apertura y cordialidad con el prójimo, compartiendo las propias alegrías y los propios dolores, los problemas y las preocupaciones. - Además existe el diálogo las obras, en el cual los cristianos y los creyentes de otras religiones colaboran por ejemplo para el desarrollo y la liberación de todos los pueblos o para resolver problemas concretos. - Existe el diálogo de los intercambios teológicos, en el cual los especialistas buscan de profundizar su comprensión sobre las respectivas tradiciones religiosas y apreciar los recíprocos valores espirituales, siempre teniendo en cuenta las necesidades de la búsqueda de la verdad humana. - Existe finalmente el diálogo experiencia religiosa, en el cual las personas, radicadas en la propia tradición religiosa, comparten las riquezas espirituales, por ejemplo lo que respecta a la oración y la contemplación, la fe y los diversos modos de buscar a Dios o al Absoluto. Personalmente, cuando debo tratar del pluralismo religioso, me siento particularmente afortunado porque vengo de la India, aquel vasto sub-continente asiático donde conviven personas de varias tradiciones religiosas, algunas de las cuales han nacido en ella. Al presente, la India cuenta 1,100'000,000 de habitantes, de los cuales el 80% es hindú, el 12% musulmán, el 2.3% cristiano y el resto son budistas, jainistas, zoroastristas, sikhs y hebreos. Mi experiencia de vida pastoral en la India me ha confirmado la validez del diálogo interreligioso en todas las modalidades apenas indicadas. A Mumbai, por ejemplo, existe un complejo universitario hindú, Somaiya Vidya Bhavan, que tiene una facultad de religiones comparadas donde cristianismo es enseñado por sacerdotes católicos. El colegio mantiene relaciones regulares con nuestra Pontificia Universidad Urbaniana y con los monjes camaldulenses y juntos estudian los puntos de convergencia y divergencia en materias teológicas y ascéticas, y así se enriquecen mutuamente. Existe un Instituto de cultura y un Centro de Diálogo Interreligioso de los PP. Verbitas que estudia los valores culturales indios, además de su uso para la evangelización. El movimiento bien conocido de los focolarines, fundado por Chiara Lubich, organiza con mucho éxito encuentros con hindús, musulmanes y budistas en diversas ciudades de la India. Esto indica un rico diálogo de intercambio de ideas y experiencias. En este contexto me parece obligado informar que cuando fue publicada la declaración Dominus Iesus sobre la unicidad de Jesús y la universalidad de su salvación, nuestros interlocutores hindús en la India no eran en absoluto edificados por la actitud crítica de algún teólogo y han apreciado vivamente que la Iglesia haya querido explicar autoritativamente la figura de su Fundador sin descender a compromisos con el pretexto del diálogo interreligioso. Por lo que luego toca al diálogo de la vida y de las obras, basta hacer notar que en la India, donde los cristianos son apenas el 2,3% de una población de más de mil millones, ellos cuidan del 20% de toda la educación primaria del país, proveen el 10% de los programas sanitarios y de alfabetización en las comunidades rurales, dirigen el 25% de los institutos para huérfanos y viudas y el 30% de los asilos para deficientes mentales y físicos, para leprosos y enfermos de SIDA. La gran parte de aquellos que se benefician estos servicios no son cristianos. Además, en los momentos de particular urgencia -como el maremoto tsunami, 2 terremotos y lluvias torrenciales en los últimos años- los no cristianos se han agregado de buen grado a las iniciativas de la Iglesia católica en favor de las víctimas. Una señora musulmana que fue puesta a salvo por nuestros seminaristas cuando estaba casi ahogándose en el diluvio que cayó sobre la ciudad de Mumbai el año pasado dijo: “¡sabía que existían ángeles, pero ahora los he visto en carne y hueso!” En este contexto es obligado mencionar a la Madre Teresa de Calcuta, que ha sido aclamada por cristianos y no cristianos por su edificante apostolado entre los más pobres de los pobres. En el campo del diálogo de la experiencia religiosa me parece útil subrayar el papel importante de evangelización que desarrollan nuestros santuarios dedicados a la Virgen, San Francisco Javier, San Antonio de Padua, San Judas Tadeo y otros, que son visitados por millones de peregrinos, también no cristianos. En Mumbai existen seis santuarios marianos. En uno de ellos se hace la novena que se llama “perpetua” a la Virgen del Perpetuo Socorro. Cada miércoles cerca de 70.000 personas vienen a la novena y la mayoría de ellas son no cristianos por los católicos la hacen en las propias parroquias. Estos no cristianos afirman que se sienten fuertemente traídos por la Virgen porque sienten su afecto materno y porque ella se presenta con un aspecto de bondad y lleva un Niño en los brazos, lo que enternece a cualquier mujer. Durante la novena se hace la adoración eucarística y un momento de instrucción religiosa sobre las verdades de nuestra fe. Los no católicos participan en toda la ceremonia con profunda devoción, cantan nuestros cantos, recitan nuestras oraciones y vuelven a casa contentos de haber recibido la bendición de Jesús en el Santísimo Sacramento. En otra localidad, Korlai, existe una capilla donde se venera una estatua de la Virgen llevada por los portugueses hace 500 años; el pueblo la venera aún ahora con el título original portugués de Mãe de Deus (Madre de Dios). La guardiana del santuario es una mujer hebrea que se dice orgullosa de ser la custodia de la Virgen que le dio un niño después de muchos años de matrimonio. Todos los componentes de aquella ciudad -me dijo ella- hindús, musulmanes, cristianos y demás, viven en perfecta armonía, porque todos veneran a la Virgen como su Patrona. Con ocasión de cualquier evento importante, sea familiar, religioso o comunitario -por ejemplo un matrimonio, una fiesta religiosa, el inicio de cualquier nueva obra, etc.- los interesados vienen delante de la Virgen para encomendar la circunstancia a sus cuidados maternos. 
Conclusión 
La evangelización en el contexto del pluralismo interreligioso se hace bien por la vía del diálogo interreligioso. En su encíclica Redemptoris Missio el Papa Juan Pablo II mantiene que tal diálogo forma “parte evangelizadora de la Iglesia”[19]. Esta afirmación cierra un periodo que ha visto la misión y el diálogo en contraste y lleva el diálogo en el ámbito de la misión. El diálogo interreligioso, afirma el Pontífice, “no nace de una táctica o de un interés, sino que es una actividad con motivaciones, exigencias y dignidad propias: es exigido por el profundo respeto hacia todo lo que en el hombre ha obrado el Espíritu, que «sopla donde quiere» (Jn 3, 8). Con ello la Iglesia trata de descubrir las «semillas de la Palabra», el «destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres», semillas y destellos que se encuentran en las personas y en las tradiciones religiosas de la humanidad. El diálogo se funda en la esperanza y la caridad, y dará frutos en el Espíritu. Las otras religiones constituyen un desafío positivo para la Iglesia de hoy; en efecto, la estimulan tanto a descubrir y a conocer los signos de la presencia de Cristo y de la acción del Espíritu, como a profundizar la propia identidad y a testimoniar la integridad de la Revelación, de la que es depositaria para el bien de todos. De aquí deriva el espíritu que debe animar este diálogo en el ámbito de la misión. El interlocutor debe ser coherente con las propias tradiciones y convicciones religiosas y abiertas para comprender las del otro, sin disimular o cerrarse, sino con una actitud de verdad, humildad y lealtad, sabiendo que el diálogo puede enriquecer a cada uno. No debe darse ningún tipo de abdicación ni de irenismo, sino el testimonio recíproco para un progreso común en el camino de búsqueda y experiencia religiosa y, al mismo tiempo, para superar prejuicios, intolerancias y malentendidos. El diálogo tiende a la purificación y conversión interior que, si se alcanza con docilidad al Espíritu, será espiritualmente fructífero”[20]
Recordando los dos modos –directo e indirecto- usados por el Espíritu Santo para proclamar la Buena Noticia de Jesús desde su nacimiento en Belén, la evangelización en el contexto del pluralismo interreligioso entra en la esfera de la proclamación indirecta y nos hace pensar en los Magos y en su estrella. Veo en los Magos aquel inmenso número de seguidores de la religiones no cristianas que siguen las propias estrellas (libros sagrados, sabios, santos) y llevan en su seno los tesoros preciosos que había puesto el Espíritu Santo como semillas de la verdad. Nos toca a nosotros, los cristianos, acompañar y hace madurar estas semillas hasta que lleguen a la plenitud la verdad, usando la vía del diálogo interreligioso, hasta que un día -sobre esta tierra o después- encontrarán “el Dios desconocido” que adoraban sin conocer y que no será otro que Jesucristo Nuestro Señor, camino, verdad y vida. 
Notas 
[1] Se pueden aplicar también a ellas las palabras que el Papa Juan Pablo II escribió en su exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Asia (n. 6): “Los pueblos de Asia se sienten orgullosos de sus valores religiosos y culturales típicos, como por ejemplo: el amor al silencio y a la contemplación, la sencillez, la armonía, el desapego, la no violencia, el espíritu de duro trabajo, de disciplina y de vida frugal, y la sed de conocimiento e investigación filosófica. Aprecian mucho los valores del respeto a la vida, la compasión por todo ser vivo, la cercanía a la naturaleza, el respeto filial a los padres, a los ancianos y a los antepasados, y tienen un sentido de comunidad muy desarrollado. De modo muy particular, consideran la familia como una fuente vital de fuerza, como una comunidad muy integrada, que posee un fuerte sentido de la solidaridad. Los pueblos de Asia son conocidos por su espíritu de tolerancia religiosa y coexistencia pacífica. Sin negar la presencia de fuertes tensiones y violentos conflictos, se puede decir que Asia ha mostrado a menudo una notable capacidad de adaptación y una apertura natural al enriquecimiento recíproco de los pueblos, en la pluralidad de religiones y culturas. Además, a pesar del influjo de la modernización y la secularización, las religiones de Asia dan signos de gran vitalidad y capacidad de renovación, como se puede ver en los movimientos de reforma en el seno de los diversos grupos religiosos. Muchos, especialmente entre los jóvenes, sienten una profunda sed de valores espirituales, como lo demuestra el nacimiento de nuevos movimientos religiosos. Todo esto indica una intuición espiritual innata y una sabiduría moral típica del alma asiática, que constituye el núcleo en torno al cual se edifica una creciente conciencia de «ser habitante de Asia». Esa conciencia se puede descubrir y afirmar en la complementariedad y en la armonía más bien que en la contraposición o en la oposición. En ese marco de complementariedad y armonía, la Iglesia puede comunicar el Evangelio de un modo que sea fiel tanto a su propia tradición como al alma asiática”. 
[2] NAe 2.
[3] AG 6. 
[4] Hch 4, 12. 
[5] Fil 2, 10-11. 
[6] Cf. Mt 5, 17. 
[7] Hch 17, 23. 
[8] Hch 17, 23. 
[9] Mt 2, 1-12. 
[10] Discurso a Vigyan Vahaban, New Delhi, 7 de noviembre de 1999. 
[11] Fil 4, 8. 
[12] N. 38. 
[13] PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO, Caminar juntos, pp. 128-131. [14] LG 16. 
[15] RH 14. 
[16] LG 16; GS 22; AG 15. 
[17] JUAN PABLO II, Audiencia general del 9 de septiembre de 1998. 
[18] PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO, Caminar juntos, pp. 132-137. [19] N. 55. 
[20] N. 56.

CONAP hace un llamado a la reconciliación y la paz entre todos los peruanos

Los nativos agrupados en la Confederación de Nacionalidades Amazónicas de Perú (CONAP) afirmaron hoy que se suman al llamado a la reconciliación y la paz en el país, y destacaron a actitud reflexiva del presidente Alan García Pérez en el mensaje a la nación de la víspera. Óseas Barbarán, presidente de CONAP, dijo que las comunidades indígenas valoran la reflexión del jefe del Estado en este tema, la cual constituye un punto de partida para el restablecimiento de la confianza entre los nativos y el gobierno. Dijo que por parte de los pueblos indígenas existe el ánimo de contribuir al clima de paz y tranquilidad, además, de ser recíprocos con el Ejecutivo, ratificando su compromiso de levantar el bloqueo de las carreteras y puentes, inmediatamente después de que se deroguen los decretos legislativos 1090 y 1064. “El Gobierno está dando señales de confianza, ahora esperamos que el Congreso de pasos concretos para el buen entendimiento, con la derogatoria. Por nuestra parte, haremos lo mismo en cumplimiento de nuestro deber, levantar las protestas en la selva y unirnos al llamado de reconciliación hecho por el presidente (Alan) García”, expresó en declaraciones a la Agencia Andina. "Mea culpa de partidos"
Barbarán destacó que el jefe del Estado haya reconocido como un error no haber consultado los decretos con nativos e indicó que los partidos políticos y los propios nativos también deben realizar un “mea culpa” de todo lo acontecido en la selva. Señaló que llegó el momento de dejar las discrepancias y las posturas radicales para dar paso a la consolidación de acuerdos en aras de la gobernabilidad del país. “Es tiempo de reconciliarnos como peruanos”, insistió.

martes, 16 de junio de 2009

Espiritualidad Misionera

ESPIRITUALIDAD MISIONERA
Juan Esquerda Bifet
Teología de la Evangelización (Biblioteca de Autores Cristianos)
La espiritualidad misionera hace descubrir y vivir la prioridad y la iniciativa de Dios en el don de la misión. Como estilo de vida del misionero, la espiritualidad ayuda a profundizar en los temas teológicos sobre la misión (teología misionera) y es la mejor garantía para acertar en la pastoral misionera. El término "espiritualidad" indica el "espíritu" o estilo de vida. Se quiere "vivir" lo que uno es y hace. Para el cristiano, se trata de la vida "espiritual", es decir, de la vida según el Espíritu (Rom 8,9): "caminar en el Espíritu" (Rom 8,4). Es, pues, una vida que se quiere vivir en toda su realidad humana, con autenticidad y profundidad. La vida espiritual no es, pues, una actitud intimista, subjetivista o alienante, sino un camino o proceso de santidad o de perfección, que se traduce en actitudes de fidelidad, generosidad y compromiso vital de totalidad. En toda cultura humana se encuentran tres relaciones básicas del comportamiento personal y colectivo: la relación con los demás hermanos, la relación con las cosas y acontecimientos, la relación con la trascendencia (Dios, el más allá...). El hombre busca vivir en profundidad el "misterio" de su propia existencia y de los demás hermanos, así como el realismo pleno de las cosas y de la historia, donde se deja sentir el "más allá" de una presencia y de una voz de Dios. El verdadero estudio del misterio de Cristo se realiza con actitud vivencial. Hay que estudiar los datos de la revelación con una actitud científica de análisis y síntesis, en vistas a una clarificación y precisión (función científica); hay que profundizarlos también para el anuncio y la llamada a la fe (función kerigmática, evangelizadora, pastoral); hay que celebrarlos en los momentos litúrgicos (dimensión litúrgica). Pero si faltara la función vivencial, esas otras funciones correrían el riesgo de quedarse en profesionalismo. Dimensiones de la espiritualidad Es vida en Dios (Rom 6,11) o según los planes salvíficos del Padre, que quiere que el hombre se construya libremente según la imagen divina, como "hijo en el Hijo", que tiene la "impronta" del Espíritu, para hacer que toda la creación y toda la historia se orienten hacia Cristo, el Salvador, Dios hecho hombre (cf. Ef 1,3-14; Col 1,9-17). Es vida en Cristo (cf. Jn 6,56-57; Gál 2,20), a partir de una llamada que se hace encuentro (cf. Jn 1,35-51), unión y relación personal (cf. Mc 3,14), seguimiento personal y comunitario, imitación (cf. Mt 11,29), configuración o transformación (cf. Jn 1,16; Rom 6,1-8) y misión (cf. Mt 4,19; 28,19-20). Es vida nueva en el Espíritu, que, con el Padre y el Hijo, habita en el corazón del hombre como en su propia casa solariega (cf. Jn. 14,17-23), que ilumina al hombre acerca del misterio de Cristo (cf. Jn 16,13-15), y que le transforma en transparencia y en testigo del evangelio (cf. Jn 15,26-27). La "espiritualidad" o el "espíritu" de la vida cristiana tiene, pues, dimensión trinitaria y, por tanto, teológica, salvífica, cristológica, pneumatológica. Pero es también un caminar de hermanos que forman una sola familia o comunidad "convocada" (dimensión eclesial), comprometida en las situaciones humanas concretas (dimensión antropológica, social e histórica). Es una vida espiritual que se alimenta de la meditación de la palabra de Dios y de la celebración del misterio pascual (dimensión contemplativa y litúrgica). Es vida que debe anunciarse y comunicarse a todos los pueblos (dimensión misionera), hasta que un día será realidad plena en el más allá (dimensión escatológica). Estas dimensiones son complementarias, puesto que se postulan mutuamente: Desde su fuente: dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica; Por medio de su realidad eclesial: dimensión eclesial, litúrgica, contemplativa, misionera, escatológica; Hacia la realidad humana: dimensión antropológica, social e histórica. El "espíritu" o "espiritualidad" no es simplemente interiorización, sino un camino de verdadera libertad (cf. Gál 5,13; Jn 18,32) que pasa por el corazón y que se dirige a la realidad integral del hombre y de su historia personal y comunitaria. La espiritualidad cristiana se hace inserción ("encarnación") en la realidad a imitación del Hijo de Dios hecho hombre, armonizando de este modo un proceso de inmanencia que es, al mismo tiempo, de transcendencia y de esperanza. La vida "espiritual" se llama también vida de "perfección" o de santidad: "sed perfectos como vuestro Padre celestial" (Mt 5,48). Se trata de ordenar la propia vida según el amor, es decir, hacer de la propia existencia una "entrega de si mismo a los demás" (Gaudium et Spes 24). "La caridad es el vinculo de la perfección" (Col 3,14). Espiritualidad del apóstol "ad gentes" La espiritualidad misionera consiste especialmente en la vivencia, la fidelidad, la generosidad, la disponibilidad que corresponde al apóstol o evangelizador. Cabe todavía distinguir entre el apóstol en general y el apóstol que es enviado a realizar la primera evangelización ("implantar la Iglesia", misión "ad gentes"). A este último se le acostumbra a llamar "misionero". La espiritualidad del apóstol está relacionada con la misión o el envío y con la acción evangelizadora. Su espiritualidad es "misionera" precisamente porque es actitud fiel y generosa de "ejercer sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (Presbyterorum Ordinis 13). Esta espiritualidad no es dicotomía entre vida interior y acción, sino "unidad de vida", que sigue el ejemplo de Cristo, tanto en la oración como en la acción. La caridad del Buen Pastor ayuda a reducir a unidad su vida y su acción apostólica, encontrando tiempo para poner en práctica los medios de vida espiritual y de apostolado. La espiritualidad misionera sabe encontrar el punto de equilibrio entre las tensiones que se originan en la vida apostólica: servicio y consagración, cercanía (inmanencia) y transcendencia, acción externa y vida interior, institución y carismas, etc. Puesto que "la caridad es como el alma de todo apostolado" (Lumen Gentium 33), la armonía entre la vida interior y el apostolado se origina en la vida teologal: "el apostolado se ejercita en la fe, en la esperanza y en la caridad que el Espíritu Santo difunde en el corazón de todos los hijos de la Iglesia" (Apostolicam Actuositatem 3). La vida espiritual del apóstol consiste en la unión con el Señor; por esto, "la fecundidad del apostolado depende de la unión vital con Cristo" (AA 4). Los medios de vida espiritual para el apóstol son los medios comunes a todo cristiano, pero de modo especial la misma vida apostólica como prolongación vivencial de la palabra, del sacrificio, de la acción salvífica y pastoral de Cristo. Precisamente esta espiritualidad armónica del apóstol es la que mejor ayudará a descubrir el universalismo de la misión. Entonces la espiritualidad es verdaderamente misionera. La espiritualidad del "misionero" es fundamentalmente la misma que corresponde a todo evangelizador, pero con matices especiales, que tienen su punto de partida en la vocación específica. Cada vocación tiene sus "carismas" o gracias especiales, que reclaman una actitud espiritual de respuesta fiel y generosa. La espiritualidad del misionero es, pues, espiritualidad de dedicación al primer anuncio del evangelio, para implantar los signos permanentes de la evangelización en aquellas comunidades donde la Iglesia todavía no puede considerarse suficientemente implantada. Es la espiritualidad que corresponde a la misión universalista "ad gentes": la dedicación permanente al anuncio del evangelio a todos los pueblos. Esta espiritualidad se concreta en "actitudes interiores" (Evangelii Nuntiandi 74), que se convierten en estilo de vida evangélica ante las situaciones misioneras. El Concilio Vaticano II señala unas líneas y virtudes concretas: respuesta generosa a la llamada, dedicación o vinculación a la obra evangelizadora, fortaleza ante las dificultades de la primera evangelización, confianza y audacia en el anuncio del Evangelio, vida realmente evangélica, testimonio hasta el "martirio", gozo en la tribulación, obediencia eclesial, renovación constante... (cf. Ad Gentes 24-25). Los Apóstoles vivieron la misión como actitud relacional con Cristo presente en la Iglesia. Es Cristo que envía a la acción evangelizadora y es él mismo que ahí espera al apóstol. Por esto él sigue siendo "el principio y centro permanente de la misión" (Redemptor Hominis 11). El apóstol vive en Cristo y de su presencia (Gál 2,20; Flp 1,21; Hech 18,9), sólo predica a Cristo (2 Cor 4,5) sintiéndose urgido por su amor (2 Cor 5,14) y fortalecido con su asistencia (Flp 4,13). Entonces el sufrimiento se convierte en cruz y, a veces, en martirio, como "complemento" de los sufrimientos de Cristo (Col 1,24). El objetivo de la misión ya queda definitivamente claro: "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10), A partir de esta actitud relacional, sabiéndose profundamente amado por Cristo, ya es posible dedicar la vida a amarle del todo (2 Cor 12,15) y a hacerle amar de todos. El apóstol queda, pues, "segregado para el evangelio" (Rom 1,1) y se hace "todo para todos" (Rom 1,14; 1 Cor 9,22). Su vida ya no tiene sentido al margen de Cristo. Siempre se ha considerado el martirio como indispensable para el primer anuncio evangélico y, de modo especial, para la implantación de la Iglesia. "El hecho del martirio cristiano siempre ha acompañado y acompaña la vida de la Iglesia" (Veritatis Splendor 90). Habrá que distinguir entre el martirio de sangre y el de una vida sacrificada ocultamente. Pero siempre quedará en pie su valor de "signo" radical que acompaña necesariamente al mensaje predicado: "dar el supremo testimonio de amor, especialmente ante los perseguidores" (Lumen Gentium 42). Encuentro comprometido con todos los hermanos La actitud relacional con Cristo se hace encuentro comprometido con todos los hermanos, especialmente con los más pobres, con los que no le conocen ni le aman. La misión sólo se puede vivir "injertados" vivencialmente en el misterio pascual de Cristo, muerto y resucitado (Rom 6,5). El Concilio Vaticano II describe así la fisonomía espiritual del misionero: "Lleno de fe viva y de esperanza firme, sea el misionero hombre de oración; inflámese en espíritu de fortaleza, de amor y de templanza; aprenda a contentarse con lo que tiene; lleve en sí mismo con espíritu de sacrificio la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado; llevado del celo por las almas, gástelo todo y sacrifíquese a sí mismo por ellas, de forma que crezca en amor de Dios y del prójimo con el cumplimiento diario de su ministerio. Obedeciendo así con Cristo a la voluntad del Padre, continuará la misión de Jesús bajo la autoridad jerárquica de la Iglesia y cooperará al misterio de la salvación" (Ad Gentes 25). Las situaciones especiales de países y sectores poco evangelizados (o descristianizados) reclaman una profunda espiritualidad en el apóstol. Los problemas actuales de pastoral requieren actitudes de autenticidad. Sólo con una rica espiritualidad sabrá el apóstol encontrar el equilibrio necesario en el proceso de inculturación, de maduración de la Iglesia local, de presentación del evangelio en una época de cambio.

Espiritualidad Misionera

Espiritualidad Misionera 
Padre Victoriano Sánchez Sánchez, oar 
 1. La espiritualidad cristiana 
“La vida cristiana se asemeja a un prado verde...la espiritualidad cristiana es ese agua que da vida al prado” (Segundo Galilea) 
El término "espiritualidad" indica el "espíritu" o estilo de vida. Para el cristiano, se trata de la vida "espiritual", es decir, de la vida según el Espíritu (Rom 8,9): "caminar en el Espíritu" (Rom 8,4). Es, pues, una vida que se quiere vivir en toda su realidad humana, con autenticidad y profundidad. La vida espiritual no es, pues, una actitud intimista, subjetivista o alienante, sino un camino o proceso de santidad o de perfección, que se traduce en actitudes de fidelidad, generosidad y compromiso vital de totalidad. La espiritualidad es el conjunto de caminos y medios propios para vivir según el Espíritu, o sea, para colaborar a la obra de santificación que el Espíritu se propone realizar en nosotros y en el mundo. La finalidad de cualquier espiritualidad es buscar medios para experimentar a presencia de Dios; experimentar su amor, para poder responder con amor. La espiritualidad es cualquier medio que me hace sensible a la presencia de Dios en mi vida. Toda espiritualidad es un proceso, una necesidad de intimidad e gracia entre Dios y la persona que exige disciplina. La espiritualidad tiene como tarea despertar nuestro corazón para percibir la presencia amorosa de Dios en nosotros y en nuestro alrededor. El primer momento de la espiritualidad es la vida interior; viajar dentro de nosotros mismos para , en el silencio, encontrarnos con nuestro yo; el segundo momento de espiritualidad pasa por la vida de nuestro entorno y el tercero momento es captar a presencia amorosa y salvadora de Dios dentro y fuera de mi. Principios de espiritualidad: Espiritualidad es vivir el momento de gracia. Es reconocer, acoger, disfrutar de la presencia amorosa y salvadora de Dios en nuestra vida. Espiritualidad no es teoría, es vida. Es una opción de vida que exige disciplina y constancia. Es todo un esfuerzo para buscar a Dios en todo y llegar a una relación de amor mutuo con El, acabando con el divorcio entre la fe y la vida. Toda espiritualidad comienza por ser; es un acto de fe en Dios que me ama y está apaxionado por mi.; es más tener una experiencia de Dios, que simplemente pensar en El. Es un proceso de conocer y experimentar a Dios como el se revela en su palabra, en la liturgia y en la vida; dejar que El, que me ama, sea Dios en mi vida, esté conmigo. La espiritualidad exige la pobreza espiritual por la cual dejamos espacio a Dios en nuestra vida para sea lo que realmente es. La espiritualidad combina lo “viejo” con lo “nuevo”. Ninguna espiritualidad es absoluta pues son medios para experimenta a Dios en nuestra vida, a través de un proceso individual y comunitario. La espiritualidad debe ir acompañada por la ascesis cristiana que nos ayuda a ver a Dios en todo, especialmente en las cosas del día a día. La ascesis significa abandonar algo o alguien para poder dejar un espacio a Dios en nuestra vida y así colocar nuestra casa en orden. La "espiritualidad" o el "espíritu" de la vida cristiana tiene, pues, desde su fuente, una dimensión trinitaria y, por tanto, teológica, salvífica, cristológica, pneumatológica. Pero es también un caminar de hermanos que forman una sola familia o comunidad "convocada" (dimensión eclesial), comprometida en las situaciones humanas concretas (dimensión antropológica, social e histórica). Es una vida espiritual que se alimenta de la meditación de la palabra de Dios y de la celebración del misterio pascual (dimensión contemplativa y litúrgica). Es vida que debe anunciarse y comunicarse a todos los pueblos (dimensión misionera), hasta que un día será realidad plena en el más allá (dimensión escatológica). 
2. La espiritualidad misionera. La espiritualidad misionera hace descubrir y vivir la prioridad y la iniciativa de Dios en el don de la misión. Como estilo de vida del misionero, la espiritualidad ayuda a profundizar en los temas teológicos sobre la misión (teología misionera) y es la mejor garantía para acertar en la pastoral misionera. La espiritualidad misionera indica el «espíritu» con que se vive la misión, o también una vida según el Espíritu Santo que es la fuerza de la misión. «La actividad misionera exige, ante todo, espiritualidad específica», que se delinea como «plena docilidad al Espíritu» (RM 87) y «comunión íntima con Cristo» (RM 88). La espiritualidad misionera nace del encuentro con Jesucristo: “La Iglesia en América debe hablar cada vez más de Jesucristo” (EAm 63), renovándose cada día en el Espíritu de Pentecostés (cf. Hch 2, 1-8), que la fortalece en el camino de la misión (AG 2), y la realiza desde la pequeñez, la pobreza y el martirio (cf. Puebla 368). Esa espiritualidad encarnada permite discernir el paso de Dios en la historia, en la vida de cada comunidad y de cada pueblo, donde la Iglesia hace memoria viva de la Encarnación del Verbo e interpreta los signos de los tiempos. Toda espiritualidad tiene su fuente en la experiencia íntima con Jesús Cristo y la consecuente dedicación radical al Reino de Dios. La misión significa un generoso e denodado esfuerzo por colaborar con Dios en la realización de su proyecto de salvación de la Humanidad y del mundo. “La misión es un camino de despojamiento y pobreza, de itinerancia y búsqueda, de proclamación de la esperanza e denuncia de toda injusticia, de escucha y testimonio, en definitiva, es una radical entrega de la propia vida al proyecto de Dios. (Dom Erwin Krautler, Obispo de Xingu, Brasil) 
Hoy la «espiritualidad misionera» ya tiene carta de ciudadanía, respecto a la terminología (cf. AG 29; RM 87) y a los contenidos. Éstos han quedado resumidos especialmente en AG 23-25, EN 75-82 y RM 87-92: fidelidad al Espíritu Santo, intimidad con Cristo (o experiencia de Cristo), vocación misionera, virtudes del misionero, oración y contemplación, fidelidad y amor de Iglesia, la figura materna de María. La espiritualidad misionera es ante todo el estilo de vida que corresponde al mandato misionero de anunciar el evangelio a todos los pueblos de la tierra. Es la docilidad del misionero al dinamismo del Espíritu en su vida, que lo impulsa siempre a vivir en la itinerancia impetuosa de proclamar la Buena Noticia de Jesucristo a toda criatura humana; «la Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad: en Cristo, que se proclama "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). La espiritualidad misionera ayudará a adoptar una actitud equilibrada, para descubrir los valores auténticos de toda cultura (como valores universales y preparación evangélica), purificarlos cuando sea necesario, abrirlos a la plenitud en Cristo y compartir con todos los pueblos y culturas esos dones y gracias recibidas del mismo Dios (cf. FR 71-72). 
3. Dimensiones de la espiritualidad misionera La espiritualidad es la base de nuestra comunión con Jesus y con las demás apersonas; es la fuente y motor de nuestro servicio misionero. Esta espiritualidad misionera tiene su fuente y su término en la Trinidad ( dimensión Trinitaria), se vive en la comunidad eclesial( dimensión eclesial) y encarna la Caridad pastoral en el servicio al hombre en la historia y en el mundo( dimensión antropológica) 3.1. Dimensión Trinitaria - espiritualidad de comunión con Dios: con el Padre, por Cristo, en el Espíritu. Es vida en Dios ( Rm 6,11). Dios es el origen, método y fin de la evangelización y el cristiano debe estar abierto a contemplar el proyecto salvador y la bondad de Dios. Es vida em Cristo ( Gal 2,20). «El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: "Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos" (1Jn 1,1-3)» (RM 91). Por esto, «nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo» (RM 88); puesto que él es el punto de referencia para «comprender y vivir la misión» (RM 88) una espiritualidad misionera que se nutre del encuentro con Jesucristo vivo, camino de comunión, conversión y solidaridad, capaz de suscitar vocaciones misioneras ad gentes. Todo ha de estar centrado en El, como la rama está en el tronco y recibe allí la vida; todo depende de Jesús y ha de estar en función de El; permaneciendo en su amor, viviendo con El, (cf.Jn 15). El es la fuente de vida, el motor, el camino, de El depende que se consiga vivir, creer y dar fruto:”sin mi nada podéis hacer, permaneced en mi amor” (Jn 15,10). En la profundización de esta convivencia amorosa con Cristo nos ayuda de manera especial la Eucaristía, la escucha de la Palabra y la oración personal y comunitaria. Ser “discípulo” y “testigo”, escuchando la Palabra y poniéndola en práctica. En definitiva, asemejarnos a Jesús en mentalidad, criterios, maneras de sentir y actuar, en actitudes y acciones. Es vida nueva en el Espíritu, que con el Padre y el Hijo, habita en el corazón del hombre ( cf. Jn 14,17-23). El Espíritu Santo es el protagonista de la misión en la Iglesia, y la enriquece con la diversidad de dones, carismas y ministerios. El Espíritu nos ayuda de muchas maneras, pero especialmente con los dones de fortaleza y discernimiento. La obra del Espíritu Santo es la de ir plasmando, forjando, en nosotros la imagen de Jesús para que la podamos transparentar. Si la espiritualidad misionera es una fidelidad al Espíritu Santo en el campo de la misión, los campos actuales del diálogo interreligioso, de la inculturación y de la nueva evangelización, constituyen un nuevo modo de «escuchar la voz del Espíritu» (Apoc 2,7). «Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos, proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesia particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu» (RM 30). 3.2 Dimensión eclesial Jesús nos llama y nos ayuda a “unirnos a El”, a vivir una creciente comunión misionera. (cf. RM 89). Estamos llamados a amar la Iglesia como la ama Jesús. Amar la Iglesia, amar en la Iglesia y amar desde la Iglesia; “sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo misionero...Para todo misionero y toda comunidad la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia”( RM 89). Esta comunión fraterna hay que vivirla en comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras. Las comunidades cristianas, desde el principio, entendieron que habían sido enviadas a Evangelizar a todas las gentes y comunicar la fe en Jesús Cristo. Una expresión del amor eclesial es hacerse “hermano universal”; al estilo de Jesús, amar y servir sin fronteras para todos y en todo. 
3.3 Dimensión antropológica Vivir la caridad apostólica al servicio del hombre (cf. RM 89). Vivir una espiritualidad misionera exige anonadarse con Jesús y como El, asumir esos sentimientos, su manera de actuar, su estilo de vida. Ir con Cristo, en su nombre y con su poder y acoger las personas con ternura, atención, compasión y dedicación. El misionero debe ser el hombre de la caridad, la persona que más ama con el amor de Dios; es signo e instrumento del amor de Dios dando la vida por los hermanos. 
Algunos rasgos característicos de una Espiritualidad Misionera: 
1. Protagonismo del Espíritu Santo. “El Espíritu Santo es el agente principal de la Evangelización (EN 75). La docilidad al Espíritu ( RM,8).Toda la Historia de la Salvación está marcada por la presencia criadora del Espírito Santo, conductor y protagonista de la misión 2
. Amor a Dios sin condición. Ser instrumentos dóciles e las manos de Dios. “Misión es partir ,caminar, dejar todo, salir de si, quebrar la costra del egoísmo que nos encierra en nosotros mismos. Es parar de dar vueltas alrededor de nosotros mismos como si fuésemos el centro del mundo y de la vida”. (Dom Hélder Cámara). “El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente”. (EN 76) “el misionero ha de ser un contemplativo en la acción... es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir como los apóstoles: `lo que contemplamos...acerca de la palabra de vida..., os lo anunciamos (1 Jn 1,1-3)”. (RM 91) 
3. Seguimiento radical de Cristo. La prioridad fundamental del encuentro personal con Jesús: base del discipulado y de la misión. Se trata del “encuentro con Jesucristo vivo. Jesús, por el Espíritu Santo, en su escuela de amor, nos enseña y ayuda progresivamente a: vivir con El, vivir como El- asumir su estilo de vida-, unirnos a el, ir con El, dar la vida con el y como El- el ideal y la meta es la de ayudar a Jesús para que su Reino crezca en nosotros y en el mundo. Ser misionero implica dar los pasos que el Señor quiera, en la dirección que quiera, con las personas que el quiera, hasta donde El quiera, para lo que el quiera. “ Al misionero se le pide renunciar a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces y a hacerse todo para todos: en la pobreza que lo deja libre para el Evangelio; en el desapego de personas y bienes del propio ambiente, para hacerse así hermano de aquellos a quienes es enviado y llevarles a Cristo Salvador. (cf. 1Cor 9,22-23)” (RM 88). 
4. Enamorados del Reino. Lo que sustenta a los misioneros es un grande amor a Jesús Cristo y una grande pasión por su Reino. Amar a Cristo comporta amar y comprometernos con su Iglesia. “Es un hombre abierto a la realidad que le toca vivir acomodándose a todos los tiempos y a todos los hombres, dispuestos a recibir y a dar, escuchar, preguntar y compartir; dejarse evangelizar; aceptar sus limitaciones, buscar a Dios en todo y en todos”. (Estatutos OAR nº 14). El reinocentrismo. Según algunos teólogos, el Reino de Dios es el centro absoluto de la predicación de Jesús. Afirma, José Maria Vigil, que “ el Jesús histórico es ante todo el profeta del Reino, una vida y un mensaje absolutamente centrado en el Reino”. Para estos teólogos es el cambio más profundo que se ha dado en el cristianismo en los últimos tiempos, llegando a afirmar que “ la teología y la espiritualidad latinoamericanas- también la espiritualidad misionera- son esencial e indudablemente reinocéntricas”. La Iglesia está al servicio del Reino y tiene que gastar su vida en la construcción del Reino. 
5. Enviados a comunicar a Buena Nueva. La espiritualidad misionera consiste especialmente en la vivencia, la fidelidad, la generosidad, la disponibilidad que corresponde al apóstol o evangelizador. Cabe todavía distinguir entre el apóstol en general y el apóstol que es enviado a realizar la primera evangelización ("implantar la Iglesia", misión "ad gentes"). A este último se le acostumbra a llamar "misionero". La palabra de Dios debe inspirar e iluminar os pasos del misionero; palabra que fortalece y sustenta. 
6. Fraternidad cimentada en la vida en común. “ y (el misionero) debe mantener el espíritu comunitario y de pertenencia a la Orden y comunidad que le envió”.( Estatutos OAR nº14); “ Los misioneros tengan en gran estima y observen la vida común, formando una familia congregada en el nombre del Señor, de acuerdo con el carisma de la Orden”.( Estatutos OAR nº 15). 
7. Interioridad . Cultivarla a ejemplo de Jesús. La tarea misionera es la invitación a que todos los pueblos de la tierra, desde las riquezas de los dones que el Espíritu ha sembrado en ellos, puedan conocer, amar, servir y alabar a Dios, en Cristo, cuya experiencia por excelencia la vivimos y contemplación en el sacramento de la Eucaristía, “fuente y cumbre de toda vida cristiana” (Lumen Gentium, n. 11). La vida espiritual del apóstol consiste en la unión con el Señor; por esto, "la fecundidad del apostolado depende de la unión vital con Cristo" (AA 4). Esta espiritualidad se concreta en "actitudes interiores" (Evangelii Nuntiandi 74), que se convierten en estilo de vida evangélica ante las situaciones misioneras. El Concilio Vaticano II señala unas líneas y virtudes concretas: respuesta generosa a la llamada, dedicación o vinculación a la obra evangelizadora, fortaleza ante las dificultades de la primera evangelización, confianza y audacia en el anuncio del Evangelio, vida realmente evangélica, testimonio hasta el "martirio", gozo en la tribulación, obediencia eclesial, renovación constante... (cf. Ad Gentes 24-25). Cristo que envía, sigue siendo “ el principio e centro permanente de la misión” ( RM,11). 
8. Solidariedad e testimonio de vida, Expresada en la sencillez de nuestra vida, en el espíritu de oración, en la caridad para con todos, especialmente para con los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de sí mismo y renuncia (Cf. EN 76) y sobre todo en la celebración, adoración y contemplación de la Eucaristía, apoyo indispensable de nuestra vida y acción misionera. “La obra de la evangelización supone, en el evangelizador, un amor fraternal siempre creciente hacia aquellos a los que evangeliza” (EN 79); signos de este amor son el respeto, el cuidado de no herir a nadie y la transmisión de certezas sólidas basadas en la Palabra de Dios. Dentro de este espíritu solidario está la “opción preferencial por los pobres”. Las misiones no son neutras 
9. Audacia y espíritu de universalidad. Inserción en el pueblo que se quiere evangelizar. Escuchar la voz del pueblo. Querer aprender con el pueblo. El amor a los pueblos, vivido en diálogo nacido de la contemplación de la obra del Espíritu en el corazón, no sólo de la Iglesia, sino en los diversos pueblos del mundo, sus culturas y religiones. Un diálogo que supone una actitud de escucha, respeto y un pedido de perdón; “ proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesús Cristo, con plena claridad y absoluto respeto hacia las opciones libres” (EN 80). La inculturación ha sido uno de los caminos más eficaces en el anuncio del Evangelio, facilitando el despertar misionero, que experimenta el Continente americano. Se constata el esfuerzo de las iglesias locales por inculturar el Evangelio, uniendo la fe y la vida, apoyando el rescate de la identidad cultural y el protagonismo de nuestros pueblos. 10. Entrega impregnada del amor a María, Que permaneció fiel e intensamente agradecida a la acción de Dios en su vida. La espiritualidad misionera demuestra un amor filial a María y promueve una continua imitación de su caridad y de su amor materno, que comunica vida dando a Jesús. Algunas Conclusiones “Como la santidad es presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia, el misionero agustino recoleto debe dejarse guiar por el Espíritu, encarnar el misterio de Cristo y amar a la Iglesia y a los hombres”. ( Estatutos OAR, nº13) La santidadad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia. La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión. “ Es necesario que nuestro celo evangelizador brote de una verdadera santidad de vida y que, como nos sugiere el Concilio Vaticano II, la predicación, alimentada con la oración y sobre todo con el amor a la Eucaristía, redunde en mayor santidad del predicador” (EN 76) «Nunca como hoy la Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los hombres y a todos los pueblos. Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitudes y deseos de nuestro tiempo» (RM 92). La misión sólo se puede vivir "injertados" vivencialmente en el misterio pascual de Cristo, muerto y resucitado (Rom 6,5). El Concilio Vaticano II describe así la fisonomía espiritual del misionero: "Lleno de fe viva y de esperanza firme, sea el misionero hombre de oración; inflámese en espíritu de fortaleza, de amor y de templanza; aprenda a contentarse con lo que tiene; lleve en sí mismo con espíritu de sacrificio la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado; llevado del celo por las almas, gástelo todo y sacrifíquese a sí mismo por ellas, de forma que crezca en amor de Dios y del prójimo con el cumplimiento diario de su ministerio. Obedeciendo así con Cristo a la voluntad del Padre, continuará la misión de Jesús bajo la autoridad jerárquica de la Iglesia y cooperará al misterio de la salvación" (Ad Gentes 25).
Bibliografía 
Conclusiones del CAM2-COMLA7. IV Encuentro Centroamericano de Misiones, San José, Costa Rica, 2004. 
Esquerda Bifet, Juan. Espiritualidad Misionera; Nueva Evangelización y espiritualidad misionera en el inicio del Tercer Milenio. 
Estatuto de misiones Agustino-Recoleto, Roma 2004. Boletín de Santo Tomás de Villanueva. 
Juan Pablo II, Redemptoris Missio nn. 87-91. 
Nahualanca, Luis Alberto OFM. Elementos fundamentales de una espiritualidad misionera. Paleari, Giorgio. Espiritualidade e missão. Paulinas, São Paulo 2001. 
Paulo VI, Evangelii Nunciandi nn. 74-89. 
Pontificium opus a Sancta Infantia. Nuestra espiritualidad misionera. 
Possidônio, Raimundo (org.). Amazônia. Desafios e perspectivas para a Missão, Paulinas, São Paulo, 2005. 
Vaticano II, Decreto Ad Gentes nn. 24-25. 
Vigil, José Maria. Rasgos de la espiritualidad misionera desde América Latina.

Espiritualidad Misionera

Espiritualidad Misionera
Los hombres de hoy dan la impresión de estar solamente en busca de prosperidad material, por otro lado intentan dar sentido a sus vidas en un mundo deshumanizado y prueban nuevos modos de concentración y de oración. Esta realidad ambigua, es un llamado a la Iglesia a ofrecer a la humanidad el inmenso patrimonio espiritual que tiene.
En un momento en que la tolerancia religiosa se confunde con un mero sincretismo religioso debemos dar gran importancia a la formación espiritual.
Comencemos viendo la diferencia que existe entre la espiritualidad religiosa y la psicológica.

Espiritualidad Psicológica: elevación del espíritu sobre la materia o promoción de una fuerza que nos ayuda a vivir mejor.

Espiritualidad religiosa: vivir según el Espíritu Santo, ser fieles a un carisma o gracia, disponibilidad, generosidad. Significa también configuración con Cristo, imitación de Cristo, semejanza, servicio, unión con Dios, perfección, etc.

Origen y significado del término espiritualidad: viene del griego Pneumátikos: “sostenido y animado por el Espíritu de Dios” A comienzos del siglo pasado los teólogos franceses acuñaron el sustantivo: Spiritualité (espiritualidad), siendo por mucho tiempo dicho termino patrimonio católico.

Misión: aquí nos referimos a la misión apostólica o envío para anunciar y comunicar la redención de Cristo, es decir, a la misión “ad gentes”: el primer anuncio del Evangelio, el establecimiento de los signos permanentes de evangelización, la comunicación de la fe cristiana.

PROPIEDADES DE LA ESPIRITUALIDAD MISIONERA:

1. DIMENSIÓN TRINITARIA: tiene como origen, modelo y meta a la Trinidad. No nos referimos a un Dios Creador y Conservador que mantiene las cosas que ha creado, a un poder lejano y anónimo sino a un Dios que se manifiesta como Padre y nos da la vida como hijos suyos. La presencia de Dios en nosotros es la presencia de la Santísima Trinidad. Padre Hijo y Espíritu Santo morando en nosotros. La dimensión Trinitaria es la característica fundamental de la espiritualidad cristiana en el ámbito personal, ya que la experiencia fundamental es la del amor de Dios: el Padre nos ha justificado por la fe por medio de nuestro Señor Jesucristo y ha derramado el amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado. (Rom. 5, 1-5) También lo es al nivel de experiencia, comunitaria porque en la estructura carismática del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, está activo el Padre que, por medio de Cristo en el Espíritu, lleva a cabo la salvación de los hombres.

2. DIMENSIÓN CRISTOLÓGICA: la espiritualidad misionera es Cristiana porque la misión nace de la fe en Jesucristo, y sólo en la fe se comprende y fundamenta la misión. La espiritualidad tiene que ser cristocéntrica: “él que permanece en Mí y yo en él, ese da mucho fruto... separados de Mí no pueden hacer nada”(Jn. 15, 5) El Cristianismo comienza con la encarnación del Verbo. Aquí no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino es Dios quien viene en persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo. En Cristo la religión ya no es un “Buscar a Dios a Tientas” sino una respuesta de Fe a Dios que se revela. En Cristo se da un nuevo comienzo de todo, en El se cumplen los anhelos de todas las religiones del mundo siendo por esto su única y definitiva culminación. Además, es importante puntualizar la necesidad de una fe profunda en el Misterio de Resurrección de Jesucristo como dice San Pablo “si Cristo no Resucitó, el mensaje que predicamos no vale para nada, ni vale tampoco para nada la fe que tenemos” (Cor. 15, 14). En la raíz de toda misión de la Iglesia, nos encontramos con una Persona: Cristo, el cual llama y manda. Es el origen y a la vez el objeto de la misión evangelizadora. La nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo porque no se puede comprender y vivir la misión si no es con referencia a Cristo, como enviados a evangelizar tenemos que tener los mismos sentimientos de Cristo. El misionero experimenta la presencia de Cristo en todo momento, además, sabe que el Señor lo espera en cada hombre.

3. DIMENSIÓN ECLESIAL: la espiritualidad misionera tiene que ser eclesial, comprometida con la comunidad. Cristo quiso que fuera su Iglesia el lugar donde se lo pueda encontrar. La Iglesia es un signo opaco pero a la vez luminoso de una presencia nueva de Jesucristo, tanto de su partida como de su permanencia. Ella lo prolonga y lo continúa.
Juan Pablo II dice que “solo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero... La espiritualidad misionera se caracteriza, además, por la caridad apostólica... Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia como Cristo con atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente... el misionero es el hombre de la caridad, gastando la vida por el prójimo... el misionero es el hermano universal por su apertura y atención a todos los hombres, particularmente a los más pequeños y pobres... es signo del amor de Dios en el mundo... este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia” (RMI 89)
Cada uno con su ser y obrar sirve al crecimiento de la comunión eclesial y recibe personalmente y hace suya la riqueza común de toda la Iglesia. El bien de todos se convierte en el bien de cada uno, y el bien de cada uno se convierte en el bien de todos.
· “En la Santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia” (PO 5) No puede darse una auténtica Vida Espiritual que no esté centrada en quien dijo: “Yo soy el pan que da vida” (Jn 6, 35-51) “Tomen, esto es mi cuerpo”(Mc 14, 22)
· Si hablamos de la Iglesia debemos también hablar de María. El Evangelio y la tradición cristiana no separan nunca a María de la Iglesia. Ambas están unidas en una misma vocación fundamental: la maternidad

4. DIMENSIÓN PNEUMOCÉNTRICA: la espiritualidad misionera “se expresa viviendo con plena docilidad al Espíritu: ella compromete a dejarse plasmar interiormente por El, para hacerse cada vez más semejante a Cristo”(RM 87) las Gracias y los Carismas del Espíritu impulsan a impregnar con el Evangelio toda las situaciones humanas. Es la voz del Espíritu mismo la que llama desde el corazón de cada comunidad, de cada pueblo, de cada acontecimiento o situación social e histórica.” “El Espíritu Santo no es una fuerza anónima para la misión, fue prometido y dado por Jesús como una Persona, que quedase íntimamente unida al misionero en la realización de la salvación. Aquí está la gran novedad del Nuevo Testamento. El Espíritu es una Persona en continuo diálogo con el misionero, en oración con él y desde él, que lo conduce por los caminos “espirituales” y que le confiere esa capacidad de poder continuar y actualizar la salvación operada por Jesús”.
Juan Pablo II dice que “el Espíritu Santo sigue siendo el protagonista trascendente de la realización de la obra salvífica de Cristo en el espíritu del hombre y en la historia del mundo... El Espíritu Santo actúa por medio de los Apóstoles, pero al mismo tiempo actúa también en los oyentes... En todo está el Espíritu Santo que da la vida” (RMI 21)
“La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la Buena Nueva ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza” (RMI 91)

LA ESPIRITUALIDAD MISIONERA DEL CRISTIANO

Todo cristiano está llamado a la santidad y a la misión sin fronteras, aunque los caminos por los cuales transitemos sean distintos. La Iglesia es por naturaleza misionera por ende todo cristiano tiene una misión universal. Y todo lo que la Iglesia es tiene perspectivas misioneras y universales. La obra misionera de la Iglesia no es de un grupo determinado o de un tiempo específico sino responsabilidad de todos los cristianos.
En pocas palabras podemos decir que si la Iglesia es misionera la vida espiritual cristiana es esencialmente misionera. El empeño en configurarnos con Cristo (parecernos a El), no lleva a tener sus sentimientos, y sus intereses, pasan a ser los nuestros por eso nos abrimos a una misión universal, nos importa la salvación de todos los hombres, por los cuales Cristo dio la vida.
“La vocación específica de cada cristiano es misión, según modalidades y grados diversos. Pero siempre tiene perspectiva universal. Los carismas recibidos son para llevar a término una misión que tiene derivaciones universales. Las características de esta misión dependerán del alcance circunstancial de la misma (laical, religiosa, sacerdotal...) Pero siempre en la línea de dejar para bien de la humanidad entera, una huella de Cristo y manifestar un aspecto de la imagen de Dios amor.”

Condiciones de una Espiritualidad Misionera

Condiciones de una Espiritualidad Misionera 
Alguien definió al misionero como "aquel que actúa como si viera al invisible". Aquel que es capaz de seguir adelante, más allá de cualquier dificultad, cualquier frustración, cualquier decepción, porque tiene la fuerza del que actúa como si viera a Dios a causa de su experiencia cristiana. Esta es la fuente de la esperanza misionera. Por eso cuando hablamos del espíritu de la misión, no podemos evitar el problema de la experiencia de fe del misionero. Pues solamente la fe y la contemplación nos ponen cara a cara con el Dios invisible. 
A) PRIMERAMENTE EL MISIONERO DEBE SER UN CONTEMPLATIVO 
Capaz de trasmitir no sólo ideas, discursos y análisis, sino sobre todo su experiencia personal de Jesucristo y de los valores de su reino. En el corazón de las masas alejadas, frecuentemente el testimonio contemplativo de un cristiano es la única cisura por la que se va comunicando la luz del evangelio. Más nos adentramos en la periferia del cristianismo, en "tierra extraña", más debemos mantenemos unidos a las fuentes contemplativas de la Iglesia. Muchos misioneros generosos naufragaron o perdieron su identidad cristiana por olvidar esto. El misionero es el que se entrega a la edificación de un reino que va mucho más allá de lo que él es o lo que él hace. Ser consecuente con esta experiencia de la fe, es hacer de la contemplación un estilo en la acción. El estilo de acción contemplativo está marcado por la esperanza. Está marcado por la serenidad, ante la colosal tarea misionera que nos sobrepasa. Pues en la perspectiva de la fe, la misión es hacer lo que Dios quiere, y al ritmo que Dios quiere, y no todo lo que nosotros pensamos que habría que hacer. La primera actitud es fuente de esperanza, la segunda, de desaliento y frustración. La misión es una llamada, una "vocación", por la cual Dios los envÍa "a los otros" (Gál 1,15). La llamada misionera es una proyección hacia los demás, un dinamismo para ir siempre "más allá de la frontera". Este dinamismo se agota si no se nutre continuamente de la experiencia contemplativa. El envio misionero no es una condición jurídica, sino el resultado dinámico de un encuentro con el Cristo viviente. Hay un ideal bíblico del misionero contemplativo. Su modelo son los profetas. Desde Moisés hasta el mismo Jesucristo, pasando por Elías, Juan Bautista y los profetas del exilio, el profeta bíblico es un enviado de Dios para convocar al pueblo al seguimiento del Dios uno, único e "in manipulable", y para denunciar las idolatíías siempre nuevas. Al mismo tiempo el profeta es un discípulo a quien Dios ha purificado el corazón y se le ha revelado en una experiencia religiosa a veces dramática. En la simbología bíblica, el profeta es alternadamente enviado a la "ciudad" como evangelizador, y es conducido al "desierto" para ahondar su experiencia de Dios. Moisés, Elías y otros profetas, el Bautista y el mismo Jesús preparan su misión en el desierto y regresan a él en ciertos momentos. El desierto, más que un lugar, es un símbolo bíblico. Por un lado, el desierto es el lugar de la soledad y de la pobreza, donde el corazón se purifica, se desenmascaran los ídolos y se realiza el encuentro denso y exclusivo con Dios. Es el lugar de la contemplación cristiana. Por otro lado, el desierto es símbolo de la esterilidad y dureza del corazón humano, a donde el profeta es enviado. El Bautista "predica en el desierto"; evangeliza en una sociedad pecadora. Los profetas bíblicos son modelos del misionero cristiano. Lo que en su vida aparece como una alternancia (misión en la "ciudad" y experiencia de Dios en el "desierto") es un símbolo de lo que en la vida cristiana debe ser realizado simultáneamente como dos dimensiones inseparables. Cada misionero está llamado a hacer esa síntesis. A unir el coraje de compromiso de un profeta y la experiencia de Dios de un contemplativo. 
B) LA MISIÓN EXIGE LA POBREZA COMO CONDICIÓN Y ESTILO DE VIDA 
No cualquier forma de pobreza, sabemos que la pobreza evangélica puede expresarse de muchas formas, sino la "pobreza misionera". La pobreza misionera va más allá de las exigencias habituales de la pobreza en la evangelización, caracterizadas por la inserción entre los pobres, el estilo austero de vida y la opción solidaria por la causa de los oprimidos. Pero hay además un empobrecimiento misionero inherente a su éxodo "en tierra extraña". Este empobrecimiento como actitud y como estilo de vida está exigido por el éxodo eclesial y el éxodo cultural.El éxodo eclesial: La misión es abandonar la propia Iglesia (con su ambiente cristiano), para ir a reforzar otra Iglesia hermana debilitada, o para ir a implantarla, como signo del reino, ahí donde todavía no existe. En todo caso no hay éxodo misionero sin abandonar las formas de una Iglesia éestablecidaé o de evangelización convencional, para ponerse al servicio de otro modelo de Iglesia, cuyos términos y estilo de acción son dados por otros. Al ponerse al servido de otra Iglesia, el misionero debe morir, debe empobrecerse en todo aquello que le impide ver, sentir y actuar al servicio de otra realidad cristiana.El éxodo cultural: La misión es abando­nar la propia cultura, con la simbología e interpretación cristiana que ella conlleva, para insertarse en otra cultura. No sólo para adaptarse a ella (dentro de lo posible), sino para aportar en su evangelización mediante la reinterpretación cristiana de esa cultura (sin la simbiosis mutuamente enriquecedora entre fe y cultura, el evangelio no acaba de arraigarse en un medio humano). De ahí la exigencia de un "empobrecimiento cultural" para el misionero, no en el sentido que haya de despojarse de los valores de su cultura de origen, sino en el sentido de liberarse de los condicionamientos de su cultura que le impiden percibir la presencia del Espíritu y los caminos propios del evangelio en la cultura "extraña" a la cual fue a servir. La pobreza misionera, como toda otra forma de pobreza evangélica, es un riesgo en la esperanza. Es un salto al vacío apoyado en la fe de la Iglesia. El éxodo misionero da miedo. Como dió miedo a los misioneros profetas del Dios de Israel, arrojados por su Señor en tierras de exilio para mantener ahí viva la fe en la promesa. La pobreza en la misión es aceptar las crisis de inseguridad y del "nacer de nuevo" de tantas maneras, sin perder la identidad cristiana. El empobrecimiento misionero requiere mucha madurez. No está hecho para cristianos adolescentes, o en busca de evasiones o de compensaciones publicitarias. 
C) LA MISIÓN REQUIERE CONFIANZA EN SÍ MISMA 
Dicho de otra manera: el misionero debe creer y tener confianza en el Espíritu que anima la Iglesia, y en la eficacia, a menudo oscuro y misterioso, de la evangelización y de los medios propios de la acción misionera. "Yo los escogí para que vayan y tengan fruto y su fruto permanezca" (Jn 15,16).La tragedia de muchos es que no creen en la eficacia propia e irreductible de la evangelización, especialmente de cara a "los otros". Esta desconfianza sustituye el dinamismo misionero por el trabajo sólo con los practicantes, más fácil y consolador. O por los proyectos materiales. O por la eficacia, aparentemente más visible e inmediata, de las racionalidades humanas o de la política. La situación actual de desánimo misionero se debe en buena parte a estas tentaciones. Cuando la misión se separa de la perspectiva de Jesús, de su redención y de su reino, se puede equiparar con cualquier ideal o empresa humana válida, incluyendo sus fines y modos de eficacia. Pero la misión, que incluye necesariamente los criterios de la eficacia humana, los trasciende siempre, debido a su objetivo radical: la conversión a Jesús y al amor fraterno, la superación del pecado y la experiencia de Dios Padre. Estos objetivos y liberaciones radicales implican la acción del don y de la gracia de Dios sobre su pueblo, y la inserción en la oración y en el sacrificio de Jesús ("Esta clase de demonios sólo se expulsan por la oración y el sacrificio" Mc 9,29).
Hombre de fe en el dinamismo de su misión y en la fuerza de su mensaje, el misionero cree en la eficacia misteriosamente liberadora de la cruz de cada día, y en la eficacia de su presencia y entrega personal en medio del pueblo o en medio de la incredulidad. Cree en el valor de la santidad y de la entrega por si mismos. Cree en la fuerza cualitativa de la misión y de la presencia cristiana: aunque sean minorías Los que traspasan la frontera de sus Iglesias para ir a "los otros", al corazón de las masas, su significado eclesial es incalculable; es el "pequeño resto" que, representa a toda la Iglesia y que actúa en su nombre, significando la venida del reino de Dios entre "los otros". Esta confianza en la misión y en la venida del reino, "contra toda esperanza", genera la paciencia histórica y la mansedumbre cristiana en las contradicciones y fracasos de la misión. La raíz última de esta actitud, que nos identifica con Cristo misionero manso y humilde de corazón, es la pobreza de espíritu según las bienaventuranzas. La pobreza radical de espíritu no sólo coloca consciente y activamente nuestra misión entre las manos de Dios, sino que también nos lleva a seguir las actitudes de Cristo en la misión, que porque era pobre y dependiente ante el Padre, y pobre entre sus hermanos los hombres, "no rompía la caña trizada ni la mecha humeante", ni "gritaba y discutía en las plazas" (Mt 11,29; 12, 18ss). La confianza en la obra del Espíritu de Cristo en la misión se traduce por el respeto a cada persona, por la no imposición, por el reconocimiento de la verdad y del bien en donde se encuentren, por la humildad y el desasimiento personal. Este estilo evangélico en la misión forma parte del testimonio cristiano que la hace creíble y aceptable, aunque a través de la paciencia y de la cruz. 
D) LA ESPIRITUALIDAD MISIONERA EXIGE EL ESPÍRITU DE LO ITINERANTE Y DE LO PROVISIORIO 
De esto ya hemos hablado más atrás: por su misma naturaleza La misión es éxodo, es dinámica, móvil. Cuando ha asegurado su objetivo esencial, no se atrinchera en una comunidad establecida o en el trabajo con los ya convertidos sino que inicia un nuevo éxodo; va siempre "más allá", buscando lo que todavía es más alejado, más pobre y más necesitado del evangelio.Esto quiere decir, (respetando siempre las situaciones pastorales y las vocaciones personales), que el misionero debe mantener una actitud espiritual coherente con ésta exigencia. La actitud de promover los ministerios y los liderazgos locales, para hacerse sustituir lo antes posible. Por lo tanto la actitud de no "hacer carrera", actitud necesaria para la libertad profunda de todo evangelizador (la "carrera eclesiástica", la cuestión de los "puestos" y promociones es la servidumbre más sutil del ministerio apostólico) es esencial al misionero para mantener su actitud provisoria y para responder a la llamada de "ir más allá" cuando ésta se haga sentir.El misionero está en tensión entre su arraigo y compromiso con una comunidad local, y su disponibilidad para itinerar y desarraigarse llegado el momento. La síntesis de ambas actitudes, realizadas en toda su seriedad, y sin sacrificar la una por la otra, requiere una mística particular, que es el don de la vocación misionera. Esta espiritualidad de la itinerancia, como cualquier otra mística cristiana, tiene también por modelo y única referencia el seguimiento de Jesús, en su condición de evangelizador itinerante, y de apóstol incansable entre los judíos de su tiempo.Esta actitud de éxodo y de itinerancia, para que sea "católica" y para que sea enriquecedora del propio misionero y de la comunidad que él ha ido a ayudar, requiere tener raíces en la experiencia cristiana del misionero, y requiere que éste lleve consigo las riquezas de su Iglesia de origen. La inserción en otra Iglesia y cultura no debe ser al precio de vaciar al misionero del mensaje y del aporte particular que su propia Iglesia está ofreciendo a la catolicidad, en este momento de la historia. El éxodo misionero desde América Latina por ejemplo debe ser católico, y debe ser Latinoamericano. Debe arrastrar consigo no sus problemas y sus respuestas, sino los valores permanentes, tanto espirituales como apostólicos, que las Iglesias Latinoamericanas han tenido la gracia de profundizar: "el sentido del pobre, las comunidades cristianas, la liberación, la evangelización a partir de la religión popular, etc.", sobre esto ya se ha escrito suficientemente. 
Segundo Galilea, "El camino de la espiritualidad", Ed. San Pablo, Santa Fé de Bogotá 1994.

Capítulo VIII Redemptoris missio

CAPÍTULO VIII
ESPIRITUALIDAD MISIONERA
87. La actividad misionera exige una espiritualidad específica, que concierne particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros.
Dejarse guiar por el Espíritu
Esta espiritualidad se expresa, ante todo, viviendo con plena docilidad al Espíritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo. No se puede dar testimonio de Cristo sin reflejar su imagen, la cual se hace viva en nosotros por la gracia y por obra del Espíritu. La docilidad al Espíritu compromete además a acoger los dones de fortaleza y discernimiento, que son rasgos esenciales de la espiritualidad misionera.
Es emblemático el caso de los Apóstoles, quienes durante la vida pública del Maestro, no obstante su amor por él y la generosidad de la respuesta a su llamada, se mostraron incapaces de comprender sus palabras y fueron reacios a seguirle en el camino del sufrimiento y de la humillación. El Espíritu los transformará en testigos valientes de Cristo y preclaros anunciadores de su palabra: será el Espíritu quien los conducirá por los caminos arduos y nuevos de la misión, siguiendo sus decisiones.
También la misión sigue siendo difícil y compleja como en el pasado y exige igualmente la valentía y la luz del Espíritu. Vivimos frecuentemente el drama de la primera comunidad cristiana, que veía cómo fuerzas incrédulas y hostiles se aliaban "contra el Señor y contra su Ungido" (Act 4, 26). Como entonces, hoy conviene orar para que Dios nos conceda la libertad de proclamar el Evangelio; conviene escrutar las vías misteriosas del Espíritu y dejarse guiar por él hasta la verdad completa (cf. Jn 16, 13).
Vivir el misterio de Cristo "enviado"
88. Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar. Pablo describe sus actitudes: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de si mismo tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como un hombre; y se humilló a si mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Filipenses 2, 5-8).
Se describe aquí el misterio de la Encarnación y de la Redención, como despojamiento total de sí, que lleva a Cristo a vivir plenamente la condición humana y a obedecer hasta el final el designio del Padre. Se trata de un anonadamiento que, no obstante, está impregnado de amor y expresa el amor. La misión recorre este mismo camino y tiene su punto de llegada a los pies de la cruz.
Al misionero se le pide "renunciarse a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces y a hacerse todo para todos":
172 en la pobreza que lo deja libre para el Evangelio; en el desapego de personas y bienes del propio ambiente, para hacerse así hermano de aquellos a quienes es enviado y llevarles a Cristo Salvador. A esto se orienta la espiritualidad del misionero: "Me he hecho débil con los débiles... Me he hecho todo para todos, para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio" (1 Cor 9, 22-23).
Precisamente porque es "enviado", el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. "No tengas miedo... porque yo estoy contigo" (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre.
Amar a la Iglesia y a los hombres como Jesús los ha amado
89. La espiritualidad misionera se caracteriza además, por la caridad apostólica; la de Cristo que vino "para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11, 52); Cristo, Buen Pastor que conoce sus ovejas, las busca y ofrece su vida por ellas (cf. Jn 10). Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia, como Cristo.
El misionero se mueve a impulsos del "celo por las almas", que se inspira en la caridad misma de Cristo y que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente. El amor de Jesús es muy profundo: él, que "conocía lo que hay en el hombre" (Jn 2, 25), amaba a todos ofreciéndoles la redención, y sufría cuando ésta era rechazada.
El misionero es el hombre de la caridad: para poder anunciar a todo hombre que es amado por Dios y que él mismo puede amar, debe dar testimonio de caridad para con todos, gastando la vida por el prójimo. EL misionero es el "hermano universal"; lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención a todos los pueblos y a todos los hombres, particularmente a los más pequeños y pobres. En cuanto tal, supera las fronteras y las divisiones de raza, casta e ideología: es signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusión ni preferencia.
Por último, lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó a si mismo por ella" (Ef 5, 25). Este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana —como dice san Pablo— es "la solicitud por todas las Iglesias" (2 Cor 11, 28). Para todo misionero y toda comunidad "la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia".
173
El verdadero misionero es el santo
90. La llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad. Cada misionero, lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad: "La santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia".
174
La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión. Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión. Esta ha sido la ferviente voluntad del Concilio al desear, "con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia, iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura". 175 La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad.
El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos. No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo "anhelo de santidad" entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana, particularmente entre aquellos que son los colaboradores más íntimos de los misioneros.
176
Pensemos, queridos hermanos y hermanas, en el empuje misionero de las primeras comunidades cristianas. A pesar de la escasez de medios de transporte y de comunicación de entonces, el anuncio evangélico llegó en breve tiempo a los confines del mundo. Y se trataba de la religión de un hombre muerto en cruz, "escándalo para los judíos, necedad para los gentiles" (1 Cor 1, 23). En la base de este dinamismo misionero estaba la santidad de los primeros cristianos y de las primeras comunidades.
91. Me dirijo, por tanto, a los bautizados de las comunidades jóvenes y de las Iglesias jóvenes. Hoy sois vosotros la esperanza de nuestra Iglesia, que tiene dos mil años: siendo jóvenes en la fe, debéis ser como los primeros cristianos e irradiar entusiasmo y valentía, con generosa entrega a Dios y al prójimo; en una palabra, debéis tomar el camino de la santidad. Sólo de esta manera podréis ser signos de Dios en el mundo y revivir en vuestros países la epopeya misionera de la Iglesia primitiva. Y seréis también fermento de espíritu misionero para las Iglesias más antiguas.
Por su parte, los misioneros reflexionen sobre el deber de ser santos, que el don de la vocación les pide, renovando constantemente su espíritu y actualizando también su formación doctrinal y pastoral. El misionero ha de ser un "contemplativo en acción". El halla respuesta a los problemas a la luz de la Palabra de Dios y con la oración personal y comunitaria. El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, sino es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir como los Apóstoles: "Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos" (1 Jn 1, 1-3).
El misionero es el hombre de las Bienaventuranzas. Jesús instruye a los Doce, antes de mandarlos a evangelizar, indicándoles los caminos de la misión: pobreza, mansedumbre, aceptación de los sufrimientos y persecuciones, deseo de justicia y de paz, caridad; es decir, les indica precisamente las Bienaventuranzas, practicadas en la vida apostólica (cf. Mt 5, 1-12). Viviendo las Bienaventuranzas el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido. La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la "Buena Nueva" ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza.