Érase una vez un joven pastor llamado Pedro que cuidaba a sus ovejas (llamadas economía, salud, educación entre muchas). Cada mañana las sacaba a pastar. Pedro se sentaba en una roca y las vigilaba muy atento para que ninguna se extraviara.
Un día, justo antes del atardecer, estaba aburrido y se le ocurrió una idea para divertirse un poco: gastarle una broma al pueblo. Subió a una pequeña colina que estaba a unos metros de donde se encontraba el ganado y comenzó a gritar:
– ¡Socorro! ¡Viene el fenómeno El Niño!
La población y los empresarios se sobresaltaron al oír esos gritos y salieron corriendo en ayuda de Pedro. Cuando llegaron encontraron al chico riéndose.
– ¡Ja, ja! ¡No hay ningún fenómeno El Niño!
Las empresas que no invertían ante el temor y el pueblo con incertidumbre, se dieron media vuelta.
Al día siguiente, subió a la misma colina y cuando estaba en lo más alto, comenzó a gritar otra vez, causando la indignación de la población. Nunca vino el fenómeno El Niño.
Pero cuando llegó la estación de lluvias normales, Pedro se frotó los ojos y vio huaicos, inundaciones y cierres de carreteras que no se advirtieron por la incertidumbre que se sembró, y no se invirtió. Así las cosas, el lobo se comió a tres de sus ovejas (economía, salud y educación), sin que él pudiera evitarlo. Si a esto le sumamos más lobos como la pandemia, la nueva gestión y la inseguridad, la cosa se agrava.
Bienvenido al mundo del clima y las decisiones fáciles, donde por creer al primero que se acerca con historias sin sustento científico, se puede causar pérdidas enormes. Las entidades técnicas del Estado tienen que asumir su rol y ayuda a Pedro a saber si de verdad viene El Niño, o no. De lo contrario todos estarán felices, menos el pueblo.
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